25 de marzo de 2011

Mal día


Ese día se acabó el gas, la leche estaba agria, no te quedaba saldo en la bip!, en la micro te fuiste al lado del que no tenía desodorante, pisaste caca de perro, te gritaron en la calle, cerraron esa tienda justo cuando llegaste, se te quedó el libro que estabas leyendo (y estaba tan bueno) , la batería del mp3 se agotó, se te tapó el baño, le entró un virus a tu computador, se pinchó la rueda de tu bici, nadie se rió de tus tallas, caíste en la cuenta de que la noche anterior debiste haber hecho aquel informe en lugar de ver Los Simpson, sentiste hambre inversamente propocional a la cantidad de dinero en tus bolsillos y una infinidad de otras cosas que no tenían que suceder, sucedieron.

Sin embargo, lo que determina un mal día, en mi opinión, no son las cosas que suceden a lo largo de él , sino la forma en que nos las tomamos.

Para quienes tengan dificultad en ser optimistas, he aquí una ayudita, una mejor forma de ver algunos de estos eventos:

- Si se acaba el gas, piensa que estás ayudando al planeta duchándote con agua fría.
- La leche contiene mucha grasa. Si ese día no pudiste tomar, es una señal del universo diciéndote que cuides tu colesterol.
- Aprovecha el agotamiento de la batería del mp3 para escuchar la ruidosa música de la ciudad, que a veces presenta cierta entretención. En el mejor de los casos, puedes darte la oportunidad de oír tus pensamientos.
- Si te gritan en la calle, quiere decir que quien lo hizo está viviendo un "mal día" mucho peor que el tuyo. Siempre hay alguien que lo está pasando peor.
- Cuando el baño se tapa, entrenas tu ingenio y capacidad de resolución de problemas. Las mejores ideas vienen a la cabeza durante la noche, o bien, en situaciones extremas.
- El que nadie se ría de tus tallas puede significar que tu humor se ha elevado a un nivel que requiere de una clase de entendimiento intelectual superior, que no poseen tus interlocutores.

Y finalmente, es bueno tener presente que si los días malos no existieran, tampoco existirían los días buenos :)
He dicho.

20 de marzo de 2011

Abstracción


Abstracción o enajención es eso que ocurre (o no ocurre) en tu mente cuando te quedas harto rato mirando un punto fijo o haciendo algo sin prestar la más mínima atención a la realidad inmediata. Termina en el momento en que alguien te golpea en la nuca o pasa su mano delante de tus ojos una y otra vez hasta que dices "ooh, me quedé pegad@"

Diría yo que este estado es el que prima en los niños menores de cuatro o cinco años. Pueden pasar horas jugando con bloques de madera o presionando el botón de algún juguete sonoro una y otra vez. Para suerte de algunos, por desgracia en mi opinión, esta facultad de abstraerse aún en las circunstancias menos oportunas, se pierde con la venida de la segunda infancia. Evidentemente es necesario que los momentos de enajenación se espacien cuando el infante se vuelve adolescente y luego adulto, siendo reemplazados por una lucidez en lo posible prolongada. ¿Qué sería de los pasajeros de un avión si el piloto se detuviera en un embeleso repentino por los bonitos y brillantes colores de las luces del panel de control? ¿O del paciente cardíaco, cuando en una cirujía a corazón abierto, el médico se quedara mirando cómo late y late el órgano desnudo? Cómo late...y...late.....y.....late......y......oh, ya no late ):

La lucidez es útil, no lo discuto. No sería ni placentero ni fácil vivir en un mundo en el que estar con los pies bien puestos en la tierra costara tanto como comer pan con palta sin derramarla. Es una lástima, sin embargo, que no podamos disfrutar tranquilamente de un instante de abstracción a menos que estemos en soledad. Siempre estará presente aquel desagradable golpe en la nuca, el sujeto que te zarandea o la mano oscilante frente a tu rostro, obligándote a aterrizar. En la más rebuscada, pienso que se debe, tal vez, a algún tipo de envidia absurda alojada en el subconsciente: "Por qué ella está en otra parte y yo estoy aquí. No es justo". No me malinterprenten, siempre me he reído de algunos de mis coetáneos y coetáneas, que se empeñan en convencerse a sí mismos y al resto de la gente de su condición de niños índigo o algo así. No es que desee irme de este mundo porque "no lo soporto o porque nadie me entiende" ni mucho menos. Pero es innegable que estar en un lugar sin estar realmente proporciona un cierto placer diferido. Digo diferido porque uno no es capaz de sentir realmente ese placer hasta el momento en que ha salido de su abstracción y se da cuenta de que no ha estado consciente los últimos minutos.

En conclusión, la próxima vez que vean a alguien "pegado", no lo interrumpan, déjenlo ser en su no-serencia, pues lo quiera o no, llegará el momento en que despertará.
Y me inclino ante monjes y chamanes y toda esa gente iluminada que ha logrado la facultad de aislarse a voluntad.

2 de marzo de 2011

Último último!

Mañana es, para mi generación, nuestro último primer día de clases de colegio. Omitiendo las reacciones emocionales que eso implica, existe un hecho que escapa del entendimiento de varios, respecto a la afirmación con que comencé. Siempre encontré algo que no calzaba en eso de los últimos "algo": último día, última vez, etcétera y, estudiándolo, me di cuenta de que es lo siguiente: no podemos estar seguros ciento por ciento de que lo que creemos último, efectivamente lo será. Naturalmente, nos es imposible saber lo que ocurrirá en el futuro y el decir que algo es o será la última vez tiene algo de inconsciente vanidad.

El año pasado despedí a alguien muy querido para mí, que se fue a vivir a otro país. Nos despedimos al menos tres veces, siempre creyendo que sería la última vez que nos veríamos en mucho tiempo.

Tiene que ver un poco, por qué no decirlo, con el cliché "nunca digas nunca". Decir, por ejemplo "es mi último día de clases", es equivalente a "nunca más tendré un primer día de clases".¿Y si me enfermara y no pudiera asistir más a clases, de modo que tendré que repetir de curso? ¿o si me envían al extranjero y tengo que cursar cuarto medio de nuevo? Por estas y millones de otras posibilidades, tal vez es una arrogancia pensar que "es mi último día de clases" .

Por supuesto, el entendimiento de lo que propongo no equivaldría a un cambio práctico en el habla. Sería absurdo escuchar a alguien decir "esta es, tomando en cuenta las posibilidades, probablemente la última vez que hablamos, pues no me es posible afirmarlo de lleno". Sin embargo, siempre es bueno tener presentes las palabras de la sabia mamá de Forrest Gump.
"La vida es como una caja de chocolates, nunca sabes lo que te va a tocar".
Desafortunadamente, ahora los bombones vienen adornados según su sabor y su metáfora ya no sirve. Pero es clásica de todos modos.

En fin, de todos modos les deseo a los generación 2011 un feliz probable último año de colegio (:

2 de enero de 2011

Divaguemos

Partiré deseándoles a los que lean esto y , por qué no, a los que no lo lean también, un dos mil once nutrido de salud, amor, trabajo, felicidad, películas, libros, magia, aventura, sexo, mambo, conciertos, risa y todas esas cosas que se desean.

Me haré también un tiempo en esta entrada, de buena onda nomás, para avisarles que en Enero hay harto festival de teatro en Santiago así que para los que no saldremos este mes, que no se queden en la casa asándose y aprovechen de ir a ver una que otra obrita (hay hartas gratis). Con confianza, vayan a las páginas de Santiago a Mil, Festival de teatro La Reina y Festival de teatro Providencia e infórmense.

Pasando a lo que me convoca a este blog...

Hoy vi un cortometraje de Pablo Cerda que, para hacer mi crítica en pocas palabras, me pareció fome.
Fome porque retrataba un día domingo común y corriente de un padre que va a ver a su hijo: un almuerzo, ver televisión, salir a caminar, tomar un café y despedirse. Había minutos completos de grabación en que lo único que se observaba eran ellos comiendo, ellos caminando, ellos mirándose. Todo sin decir una palabra. O a lo más conversaciones triviales.
Sin embargo, por más que lo pienso, más me convenzo de que la vida efectivamente es así. No es que la vea como un continuo de tiempo con hechos sin importancia, sino que mucho de lo que hacemos es largo y plano para quien lo observa desde afuera, aunque para uno resulta tantas veces de lo más interesante. Ahora mismo, por ejemplo, nadie querría estar mirándome mientras escribo en el computador. O a ti que me estás leyendo.
Puede que las películas nos hayan hecho meternos en la cabeza que nuestras vidas permanentemente DEBEN estar mostrando algo interesante. Por razones evidentes, alejan a los personajes de la faceta "cotidiana" y fome de su condición humana. Una película dura una hora y media. Una hora y media puedo estar comiendo, pero nadie quiere ir al cine para ver comer a alguien durante una hora y media, naturalmente. A pesar de esto, estamos la hora y media completa "mirándonos" a nosotros mismos hacerlo, sin aburrirnos. Y aquí entra la maravillosa entretención que representa para el ser humano el poder de pensar. Más que pensar, en realidad, divagar.
Hace poco leí por ahí que las personas nos pasamos la mitad del tiempo que estamos despiertos divagando (tengo un gusto medio raro por las estadísticas). Pasando de un recuerdo a otro, conversando con uno mismo, haciendo un recuento del día, ideando asesinatos o quién sabe qué cosas, soportamos tener que mirarnos tanto rato haciendo lo mismo. Y ahí está la esencia de lo que nos hace llevaderas las cosas más fomes y necesarias de la vida. Ir al baño, ducharse, clases de química y un eterno etcétera (dudo en serio de lo "necesario" de las clases de química). Mi reflexión/conclusión vendría siendo la siguiente:
Nos aburrimos viendo películas fomes porque estamos cocentrados en ellas, sin poder recurrir al placer de divagar. Imagínense tener que concentrarse en la ducha. Concentrarse en el chorro de agua, en ponerse jabón, en el shampoo. Que fomedad. Nadie se bañaría.

Un minuto de silencio para agradecer la capacidad de divagar/pensar :D