2 de enero de 2011

Divaguemos

Partiré deseándoles a los que lean esto y , por qué no, a los que no lo lean también, un dos mil once nutrido de salud, amor, trabajo, felicidad, películas, libros, magia, aventura, sexo, mambo, conciertos, risa y todas esas cosas que se desean.

Me haré también un tiempo en esta entrada, de buena onda nomás, para avisarles que en Enero hay harto festival de teatro en Santiago así que para los que no saldremos este mes, que no se queden en la casa asándose y aprovechen de ir a ver una que otra obrita (hay hartas gratis). Con confianza, vayan a las páginas de Santiago a Mil, Festival de teatro La Reina y Festival de teatro Providencia e infórmense.

Pasando a lo que me convoca a este blog...

Hoy vi un cortometraje de Pablo Cerda que, para hacer mi crítica en pocas palabras, me pareció fome.
Fome porque retrataba un día domingo común y corriente de un padre que va a ver a su hijo: un almuerzo, ver televisión, salir a caminar, tomar un café y despedirse. Había minutos completos de grabación en que lo único que se observaba eran ellos comiendo, ellos caminando, ellos mirándose. Todo sin decir una palabra. O a lo más conversaciones triviales.
Sin embargo, por más que lo pienso, más me convenzo de que la vida efectivamente es así. No es que la vea como un continuo de tiempo con hechos sin importancia, sino que mucho de lo que hacemos es largo y plano para quien lo observa desde afuera, aunque para uno resulta tantas veces de lo más interesante. Ahora mismo, por ejemplo, nadie querría estar mirándome mientras escribo en el computador. O a ti que me estás leyendo.
Puede que las películas nos hayan hecho meternos en la cabeza que nuestras vidas permanentemente DEBEN estar mostrando algo interesante. Por razones evidentes, alejan a los personajes de la faceta "cotidiana" y fome de su condición humana. Una película dura una hora y media. Una hora y media puedo estar comiendo, pero nadie quiere ir al cine para ver comer a alguien durante una hora y media, naturalmente. A pesar de esto, estamos la hora y media completa "mirándonos" a nosotros mismos hacerlo, sin aburrirnos. Y aquí entra la maravillosa entretención que representa para el ser humano el poder de pensar. Más que pensar, en realidad, divagar.
Hace poco leí por ahí que las personas nos pasamos la mitad del tiempo que estamos despiertos divagando (tengo un gusto medio raro por las estadísticas). Pasando de un recuerdo a otro, conversando con uno mismo, haciendo un recuento del día, ideando asesinatos o quién sabe qué cosas, soportamos tener que mirarnos tanto rato haciendo lo mismo. Y ahí está la esencia de lo que nos hace llevaderas las cosas más fomes y necesarias de la vida. Ir al baño, ducharse, clases de química y un eterno etcétera (dudo en serio de lo "necesario" de las clases de química). Mi reflexión/conclusión vendría siendo la siguiente:
Nos aburrimos viendo películas fomes porque estamos cocentrados en ellas, sin poder recurrir al placer de divagar. Imagínense tener que concentrarse en la ducha. Concentrarse en el chorro de agua, en ponerse jabón, en el shampoo. Que fomedad. Nadie se bañaría.

Un minuto de silencio para agradecer la capacidad de divagar/pensar :D